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Los cerdos peligrosos usan traje
La influenza porcina mexicana, quimera genética probablemente concebida en las cloacas de algún chiquero industrial, de pronto amenaza con dar una fiebre al mundo entero. Los brotes iniciales en toda Norteamérica revelan una infección que ya se propaga a mayor velocidad que la más reciente cepa pandémica oficial, la influenza de Hong Kong de 1968.
Robando reflectores al asesino oficialmente designado, el H5N1 –que por lo demás muta con vigor–, este virus porcino es una amenaza de magnitud desconocida. Sin duda parece mucho más letal que el SARS en 2003, pero, siendo influenza, puede resultar más duradero que éste y menos proclive a volver a su cueva secreta.
Dado que las influenzas estacionales domesticadas del tipo A causan la muerte hasta a un millón de personas cada año, incluso un modesto incremento de la virulencia, en especial si se combina con alta incidencia, podría producir una carnicería semejante a la de una guerra en gran escala.
Entre tanto, una de las primeras víctimas ha sido la confortante fe, predicada durante mucho tiempo en los púlpitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en que las pandemias pueden ser contenidas por las rápidas respuestas de las burocracias médicas, independientemente de la calidad de la salud pública local.
Desde las primeras muertes producidas por el H5N1 en Hong Kong, en 1997, la OMS, con el apoyo de la mayoría de los servicios nacionales de salud, ha promovido una estrategia centrada en identificar y aislar una cepa pandémica dentro del radio local del brote, seguida por una completa dosificación de la población con antivirales y vacunas (si las hay).
Un ejército de escépticos ha cuestionado con razón este enfoque de contrainsurgencia viral, pues sostienen que hoy día los microbios pueden viajar por el mundo (literalmente, en el caso de la gripe aviar) más aprisa de lo que los funcionarios de la OMS o locales pueden reaccionar al brote original. También apuntan al primitivo y a menudo inexistente seguimiento de la conexión entre las enfermedades humana y animal.
Pero la mitología de intervención audaz, preventiva (y barata) contra la gripe aviar ha sido invaluable para la causa de los países ricos, como Estados Unidos y Gran Bretaña, que prefieren invertir en sus propias líneas Maginot biológicas que incrementar dramáticamente la ayuda a las líneas frontales epidémicas fuera de su territorio, así como para las grandes trasnacionales farmacéuticas, que han combatido las demandas del tercer mundo por la manufactura pública y genérica de antivirales críticos, como el Tamiflu de Roche.
En todo caso, es probable que la influenza porcina muestre que la versión OMS/CDC de la preparación a una pandemia –sin una nueva y cuantiosa inversión en vigilancia, infraestructura científica y regulatoria, salud pública básica y acceso global a fármacos de vida o muerte– pertenece a la misma clase de manejo de riesgo piramidal que los derivados de AIG o los títulos de Madoff.
No es que el sistema de advertencia de pandemia haya fallado, sino que no existe, ni siquiera en Norteamérica y Estados Unidos.
Tal vez no sea sorprendente que México carezca tanto de la capacidad como de la voluntad política para dar seguimiento a la mortandad de ganado y sus impactos en la salud pública; pero la situación apenas si es mejor al norte de la frontera, donde la vigilancia es un pastiche disfuncional de jurisdicciones estatales y las trasnacionales productoras de ganado dispensan a las regulaciones de salud el mismo desprecio con que tratan a trabajadores y animales.
De manera similar, una década de advertencias urgentes de científicos en el campo no ha logrado asegurar la transferencia de tecnología avanzada de análisis viral a los países que están en la ruta directa de una probable pandemia. México cuenta con expertos de fama mundial en enfermedades, pero tuvo que mandar muestras a un laboratorio en Winnipeg (que tiene menos de 3 por ciento de la población de la ciudad de México) para identificar el genoma de la cepa. Por eso se perdió casi una semana.
Pero nadie estaba menos alerta que los legendarios controladores de enfermedades de Atlanta. Según el Washington Post, los CDC apenas se enteraron del brote seis días después de que el gobierno mexicano comenzó a imponer medidas de emergencia. De hecho, los funcionarios de salud pública de Estados Unidos aún están en gran parte a oscuras acerca de lo que ocurre en México, dos semanas después de que se reconoció el brote
.
No debería haber excusas. No se trata de un cisne negro
batiendo las alas. La paradoja central de este pánico por la influenza porcina es que, si bien fue totalmente inesperada, también se había vaticinado con precisión.
Hace seis años, Science dedicó una nota importante (reportada por la admirable Bernice Wuethrich) para probar que, luego de años de estabilidad, el virus de la influenza porcina norteamericana ha saltado hacia una vía rápida de evolución
.
Desde que fue identificada, al principio de la gran depresión, la influencia porcina H1N1 sólo se había desviado ligeramente de su genoma original. Sin embargo, en 1998 se abrieron las puertas del infierno. Una cepa altamente patógena comenzó a diezmar la población de una granja porcina fabril en Carolina del Norte, y versiones nuevas y más virulentas comenzaron a aparecer casi cada año, entre ellas una extraña variante de H1N1 que contenía los genes internos del H3N2 (la otra influenza tipo A que circula entre humanos).
Investigadores entrevistados por Wuethrich se preocupaban de que uno de estos híbridos pudiera convertirse en influenza humana (se cree que las pandemias de 1957 y 1968 se originaron en la mezcla de virus aviar y humano en el cuerpo de cerdos) y llamaron a la creación de un sistema de vigilancia oficial sobre la influenza porcina: amonestación que, desde luego, pasó inadvertida en un Washington preparado para quemar miles de millones de dólares en fantasías de bioterrorismo mientras hacía caso omiso de peligros obvios.
Pero, ¿qué causó esta aceleración de la evolución de la influenza porcina? Probablemente lo mismo que ha favorecido la reproducción de la gripe aviar.
Desde hace mucho tiempo los virólogos creen que el sistema de agricultura intensiva del sur de China –una ecología inmensamente productiva de arroz, pescado, cerdos y aves domésticas y salvajes– es el motor principal de la mutación de la influenza, tanto la estacional como la genómica episódica. (Más raro es que se dé un salto directo de aves a cerdos y/o humanos, como ocurrió con el H5N1 en 1997.)
Sin embargo, la industrialización trasnacional de la producción ganadera ha quebrado el monopolio natural de China sobre la evolución de la influenza. Como muchos escritores han destacado, la crianza de animales ha sido transformada en décadas recientes en algo más parecido a la industria petroquímica que a la familia feliz de granjeros que presentan los libros de texto para niños.
Por ejemplo, en 1965 había 55 millones de cerdos en más de un millón de granjas de Estados Unidos; hoy existen 65 millones, concentrados en 65 mil instalaciones, la mitad de las cuales tienen más de 5 mil animales. En esencia, se trata de una transición desde los chiqueros a la antigua hacia vastos infiernos de excremento, de naturaleza sin precedente, en los cuales decenas, incluso cientos de miles de animales con sistemas inmunes debilitados se sofocan entre el calor y el estiércol e intercambian patógenos a velocidad de vértigo con sus compañeros de presidio y sus patéticas progenies.
Quien haya viajado por Tar Heel, en Carolina del Norte, o Milford, Utah –donde las subsidiarias de Smithfield Foods producen cada año más de un millón de cerdos por cabeza, así como cientos de pozas llenas de mierda tóxica–, entenderá por intuición hasta qué punto las agroindustrias han interferido con las leyes de la naturaleza.
El año pasado una distinguida comisión convocada por el Centro de Investigación Pew emitió un informe señero sobre la producción animal en las granjas industriales
, el cual subrayaba el agudo peligro de que “el continuo reciclaje de virus… en grandes manadas o rebaños incrementará las oportunidades de generación de virus novedosos, mediante mutación o eventos recombinantes, que podrían propiciar una transmisión más eficaz de humano a humano”.
La comisión también advirtió que el uso promiscuo de antibióticos en fábricas de cerdos (alternativa más barata que sistemas de drenaje o ambientes más humanos) favorecía el aumento de infecciones por estafilococo dorado resistentes a los antibióticos, y que los lixiviados de los desagües producían brotes de pesadilla de E. coli y Pfisteria (el protozoario del día del juicio, que ha matado más de mil millones de peces en los estuarios de Carolina y enfermado a docenas de pescadores).
Sin embargo, cualquier intento de mejorar esta nueva ecología patógena tendría que enfrentarse al monstruoso poder ejercido por conglomerados ganaderos como Smithfield Foods (cerdo y res) y Tyson (pollo). Los comisionados del Centro Pew, encabezados por John Carlin, ex gobernador de Kansas, reportaron obstrucción sistemática de su investigación por las corporaciones, incluso con amenazas descaradas de retener financiamiento a investigadores.
Además, se trata de una industria altamente globalizada con equivalente peso político internacional. Así como el gigante del pollo Charoen Pokphand, con sede en Bangkok, logró suprimir investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar por toda Asia, es probable que la prevista epidemiología del brote de influenza porcina se estrelle contra el valladar corporativo de la industria del cerdo.
Esto no quiere decir que jamás se encontrará una pistola humeante. Ya hay versiones en la prensa mexicana en torno a un epicentro de influenza alrededor de una gigantesca subsidiaria de Smithfield Foods en el estado de Veracruz. Pero lo que más importa (en especial dada la amenaza constante del H5N1) es la configuración mayor: la estrategia fallida de la OMS contra la pandemia, la ulterior declinación de la salud pública mundial, el férreo control de las grandes farmacéuticas sobre los medicamentos vitales, y la catástrofe planetaria de una producción ganadera industrializada y ecológicamente desordenada.
Traducción: Jorge Anaya
* Autor de los libros sobre la amenaza de la fiebre aviar: El monstruo llama a nuestra puerta y Ciudad de cuarzo
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granjasporcícolas y avícolas. El hacinamiento y el afán de rentabilidad rápida han conducido a uno de los criaderos de agentes patógenos más peligrosos del mundo.
Ahora que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro de Prevención y Control de Enfermedades estadunidense declaran que al virus A(H1N1) no se le puede contener, y que lo único que queda es mitigar los daños, habría que preguntarles por qué toleraron durante décadas la creación de este tipo de establecimientos. Su fallida estrategia anti-epidemia ha quedado al descubierto. Y tiene la palabra complicidad
escrita por todas partes.
Surgen dos preguntas clave. Primero, ¿qué hace tan virulento al A(H1N1)? Segundo, ¿por qué es especialmente mortífero entre adultos jóvenes? Las respuestas apuntan a las industrias porcícola y avícola.
La historia comienza con la confirmación por parte del gobierno mexicano de que un niño estuvo infectado con el virus A(H1N1) que ya provocó 150 muertes en México. El niño se infectó en marzo durante un brote de enfermedades respiratorias que afectó a 400 personas en el poblado La Gloria, cercano a Perote, Veracruz.
Dos criaturas perecieron durante el episodio e inicialmente el gobierno estatal indicó que se trató de infecciones bacterianas
. Para el 6 de abril ya se había dado la alerta de una extraña enfermedad respiratoria
y se registraron niveles muy altos de infección en La Gloria. Se estableció un cordón sanitario, pero no se dio la alerta sobre un posible brote de influenza. La responsabilidad penal de las más altas autoridades sanitarias está comprometida en este asunto. ¿Será que no se quería poner en riesgo la visita de Obama a México el 16 de abril? Revisen las fechas. Es sólo una hipótesis.
Más allá del engaño y la lenta reacción de las autoridades (siempre incompetentes y corruptas), surge la pregunta de por qué en esa zona. Veamos algunos indicios que apuntan en dirección de las instalaciones de la empresa Granjas Carroll, subsidiaria de Smithfield, la principal productora porcícola del mundo.
El virus A(H1N1) parece ser más virulento en adultos sanos de entre 20-40 años. Una vieja hipótesis entre los epidemiólogos es que, en estos casos, un sistema inmunológico sano y fuerte se convierte en desventaja. Una explicación es que cuando hay infección por influenza patógena, los vasos sanguíneos en los pulmones se hacen porosos y una proteína vinculada a la coagulación de la sangre se introduce en los alvéolos pulmonares. La respuesta desesperada del sistema inmunológico conduce a un edema pulmonar y acelera el desenlace fatal. Así, los pacientes con el sistema inmunológico más fuerte son los primeros en sucumbir.
Un virus patógeno utiliza al organismo anfitrión para transmitirse a otro organismo. Si lo mata antes de tiempo, queda aislado y no puede reproducirse. En la evolución de una cepa viral, se mantiene un equilibrio entre nivel de virulencia y la tasa de transmisión (de un anfitrión a otro). Cuando la transmisión es más rápida, la cepa aumenta su virulencia, matando al anfitrión más rápidamente.
Los mecanismos que promueven las mutaciones virales que conducen a mayor virulencia y rapidez de transmisión están presentes en la producción pecuaria, porcina y avícola en concentraciones industriales. El hacinamiento, la alimentación industrializada e inyecciones masivas de antibióticos y suplementos hormonales (para el rápido crecimiento), son excelentes promotores de una evolución que conduce a cepas patógenas virulentas. El hacinamiento y los débiles sistemas inmunológicos de cerdos y aves producidos en estas condiciones son propicios para generar tasas de transmisión muy rápidas. La acumulación de desechos es desde luego un foco de contaminación con graves riesgos para la salud humana y la integridad de los ecosistemas. La crueldad con los animales en estos centros productivos no es un problema menor. La cereza del pastel es la débil variabilidad genética en la población concentrada en estas granjas
.
Bajo estas condiciones, el reemplazo periódico de la población de cerdos y aves provee nuevos lotes de anfitriones y favorece la evolución de cepas patógenas. Y si el reemplazo se acelera para aumentar rentabilidad (por ejemplo, pollos antes procesados en dos meses hoy lo son en 40 días), el ciclo viral se acelera porque aumenta la presión para que el virus alcance más rápido la fase de transmisión a otro organismo. La intensidad de virulencia aumenta proporcionalmente.
Al buscar cerrar lo que Marx llama los poros del proceso de valorización del capital, la gran industria porcícola y aviaria ha puesto en pie un sistema generador de cepas patógenas de fiebre porcina y avícola. Esto es lo que explica la aparición de una red filogenética de influenzas que afectan al ser humano precisamente cuando se globaliza el modelo industrial de producción avícola. Esta epidemia es prueba del fracaso de un modelo de producción y consumo que debemos reemplazar antes de que sea tarde.