sábado, 17 de diciembre de 2011

No hay más culpable que el gobernador: normalistas


Arturo Cano y Sergio Ocampo

Chilpancingo, Gro., 16 de diciembre. El grito de los normalistas rurales llega para quedarse y no es guadalupano: ¡12 de diciembre, no se olvida! Arranca la marcha de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa y sus compañeros de otras partes del país. En la primera parada, frente al palacio de gobierno, los normalistas estacionan el autobús que apenas a finales de septiembre les entregara el gobernador Angel Aguirre. Se lo devuelven, con algo de pintura que simula sangre sobre el logotipo del gobierno estatal, las llaves puestas y una manta: Te lo cobraste con las vidas de dos estudiantes.

La marcha de los normalistas rurales es de una disciplina casi militar. Abre una banda de guerra que no para de batir tambores y soplar cornetas mientras sube y baja las calles de la capital de Guerrero, para pasar frente a la residencia oficial del gobernador y arribar al zócalo horas más tarde. Los normalistas se detienen frente a edificios vacíos –el palacio de gobierno, el Congreso–, sin que la policía los moleste. Y retoman su andar en ordenadas filas.

Cuando llegan al zócalo, al filo de las cuatro de la tarde, los muchachos y muchachas toman sus lugares, se forman como pronto formarán a sus alumnos después del recreo.

Naturalmente, pasan lista. Desfilan los nombres de las poblaciones que albergan las escuelas creadas a partir del cardenismo. Tiripetío, Cañada Honda, Teteles, Atequiza, Mactumatzá, Tamazulapan, Amilcingo, Hecelchakán. La mayoría de los marchistas son jovencitos de las normales rurales. Los acompaña un grupo de padres de familia.

Vienen también, aunque en escasos números, organizaciones sociales guerrerenses agrupadas en el Frente de Masas, la versión local de la CNTE, productores de la Costa Grande, opositores a la presa La Parota e incluso algunos de los dirigentes emblemáticos de Atenco. Los sectores más radicales del movimiento social guerrerense, si se quiere, o bien los que no buscan diputaciones ni alcaldías en los comicios del año venidero.

En la mira de esas organizaciones está el secretario de Gobierno, Humberto Salgado, a quien muchos responsabilizan del operativo que derivó en el asesinato de los estudiantes.

Los estudiantes apuntan más arriba. No hay más culpable que el gobernador Aguirre, quien dio la orden de desalojo, dice Daniel Gómez Ruiz, uno de los dirigentes Ayotzinapa.

En el mitin frente al Congreso del estado, Manuel Olivares anuncia que abogados del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan entregaron a la Cámara de Diputados, a las dos de la tarde, la solicitud formal de juicio político contra el gobernador.

En las filas del PRD, por lo demás, hay molestia porque el gobernador sólo entregó las cabezas del procurador, Alberto López Rosas, y del secretario de Seguridad Pública, Ramón Almonte, ambos con larga militancia en ese partido.

Con la investigación en manos del gobierno federal, al gobernador Aguirre le sobran frentes abiertos.

Las viejas demandas

Algunas de las demandas de los estudiantes eran, antes de los asesinatos de sus compañeros, tan viejas como las normales rurales. Es el caso del aumento de la matrícula y el incremento de la cuota para alimentación. Desde los años cincuenta, recuerdan aquí viejos profesores, la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) exigía aumentar el cupo de las escuelas para dar cabida a algunos de los gaviotas, muchachos que sin estar inscritos asistían de oyentes a las clases con la esperanza de que pasado un tiempo les dieran un lugar. Les llamaban gaviotas porque sólo entraban al comedor cuando los alumnos regulares terminaban. A comerse lo que había sobrado, claro.

La otra demanda antigua es el aumento de la cuota para comida. Los de Ayotzinapa lograron que Aguirre aceptara pasar de 10 a 50 pesos diarios por cabeza. La exigencia antigua de la FECSM era que se les pusiera al parejo del Colegio Militar, porque decían que los caballos del Ejército comían mejor que ellos.

Otra petición más reciente tiene que ver con el adelgazamiento demográfico, según las autoridades, y con la intención de desaparecer las escuelas, según los normalistas. Los estudiantes exigen tener una plaza segura al egresar y las autoridades dicen que esos tiempos pasaron.

Pero el asunto que verdaderamente tenía atorado el conflicto con los normalistas era el nombramiento del director. Los maestros de la escuela propusieron a uno de ellos, Eugenio Hernández Martínez, pero los estudiantes lo rechazan porque lo acusan de corrupción, y demandan se nombre a un externo. El gobierno de Aguirre incluso le ofreció el cargo al veterano luchador social Pablo Sandoval (93 años), reciente recipiendario de la medalla Sentimientos de la Nación, que otorga el Congreso del estado.

El caso es que el gobierno de Aguirre fue incapaz de resolver ese asunto durante dos meses, periodo durante el cual los maestros se negaron a dar clases.

El conflicto, igual, ya pasó a otro terreno y quizá por eso esta mañana la secretaria de Educación, Silvia Romero, desayunaba tranquilamente con un grupo de periodistas amigos.

La represión ayer y hoy

Un grupo de ex alumnos de Ayotzinapa marcha al lado de los estudiantes de hoy y recuerda que la historia es vieja. Macario Cruz fue a la cárcel a principios de 1998, cuando era presidente de la FECSM. Estuvo tres meses y cuatro días luego de dos violentos desalojos. Las demandas eran las mismas. Y también el gobernador, porque Aguirre fue el sustituto de Rubén Figueroa, tras la matanza de Aguas Blancas, y concluyó el periodo de El Tigre de Huitzuco en marzo de 1999.

Y también anda por aquí Ernesto Ramírez, quien 11 años atrás, en 1988, vio morir al normalista campechano Juan Manuel Huikán, en la desviación que conduce a la escuela.

–¿Y cuáles eran las demandas entonces?

–Las mismas. Comíamos puros frijoles descompuestos.

Los normalistas de generaciones anteriores aseguran que otros gobernadores visitaron Ayotzinapa. El mismo Aguirre, Figueroa, Ruiz Massieu, pero siempre fue a fuerza.

En septiembre pasado, en cambio, Aguirre fue recibido con honores. Por eso me parece cómica su doble careta, dice Ramírez.

A unos pasos de los maduros normalistas está, sentada en el prado a la espera del arranque de la marcha, una muchacha menuda de rostro apacible y tenis morados. Se llama Anel Cruz, es maestra de telesecundaria y trabaja en una comunidad serrana. Todos los viernes viajaba seis horas hasta Ayotzinapa, para pasar el fin de semana con su novio. No lo hará más.

El lunes, Alexis Herrera Pino, El Güero, fue uno de los caídos en la Autopista del Sol.

Anel y Alexis comenzaron de novios en segundo de preparatoria. Una relación de seis años que ella cuenta así: Estaba muy contento porque se acercaba el final de su carrera. Le desesperaba que yo ya estuviera trabajando y él no.

Anel cuenta también que Alexis era muy trabajador, porque su papá le enseñó a hacer de todo. Y era además un gran deportista, se lo peleaban los equipos de basquetbol allá en El Papayo (Atoyac).

El mayor gusto de la joven pareja era ir al cine. La última película que vieron fue Amanecer.

¿El futuro? Sí, teníamos planes de formar una familia en cuanto él comenzara a trabajar.

Lo que resiste apoya

El mitin de los estudiantes en el zócalo retrasa el informe del alcalde Héctor Astudillo, alguna vez candidato a la gubernatura (perdió frente a Zeferino Torreblanca).

Quince minutos antes de las nueve, ya sin estudiantes a la vista, Astudillo sale del ayuntamiento y se sube a una camioneta blanca que él mismo maneja.

El alcalde forma parte de un curioso coro. A contrapelo de los juicios en los medios locales, nacionales y extranjeros, la principal fuerza política de oposición en Guerrero, el PRI, defiende al gobernador Aguirre. Astudillo dice estar seguro de que él no ordenó la represión. El alcalde de Acapulco, contendiente y primo del gobernador, también le hace caravanas. Y Rubén Figueroa en persona dice que no debe renunciar. Aguas Blancas pone a remojar las barbas de cualquiera.

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Chile: libro popular y autogestión
Magali Rabasa*


Luchar por la educación es luchar contra el capitalismo”, este es el mensaje que lleva una de las muchas mantas que adornan las suntuosas instalaciones de la Casa Central de la Universidad de Chile hace casi siete meses. Si bien se considera que el movimiento estudiantil perdió fuerza en los últimos meses, una declaración oficial emitida el 28 de noviembre afirma que la Casa Central sigue tomada, y aclara que lo que allí existe es un proceso autónomo y horizontal: No creemos en las jerarquías políticas, por lo que las decisiones del pleno de la federación no son legítimas para nuestro espacio.

En ese espacio tomado –bastión de la resistencia estudiantil– se inauguró el primero de diciembre, con un foro sobre los movimientos sociales, la Primera Feria Latinoamericana del Libro Popular y Organizaciones Sociales: América Le Atina desde abajo. Con la participación de compañeros del Movimiento Popular la Dignidad (MPLD-Argentina), del Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL-Chile) y el periodista uruguayo Raúl Zibechi, la primera mesa puso de relieve ejes claves del encuentro: la educación, la autogestión y el libro popular.

La feria fue convocada hace seis meses por una diversidad de colectivos, organizaciones y editoriales chilenas, casi en concurrencia con el estallido del movimiento estudiantil. Nadie podría haber anticipado lo que significaría este levantamiento juvenil. Ahora podemos ver que la construcción de espacios autónomos y autogestivos es una de las huellas más profundas que deja este movimiento de movimientos que ha logrado sacudir y transformar las relaciones de poder imperantes en Chile desde el 11 de septiembre de 1973.

Calle República 517: así se anunció la dirección donde se llevaría a cabo la feria. Esta dirección, y dos vecinas, República 550 y 580, son sitios de un gran valor simbólico en la memoria colectiva chilena: todos fueron centros de tortura. Aunque estas casonas han sido resignificadas –una como universidad, otra como centro social ocupado– el legado de Pinochet siguió infectándolas aun después de la dictadura: a la universidad con el virus de las reformas educativas neoliberales, y al centro ocupado con la represión policial y posterior desalojo en 2009. Pero en esta ocasión, llegaron a la feria vecinos del barrio República expresando la felicidad que sentían al ver la calle repleta de familias y jóvenes, de música y libros. Y contaron que era el primer evento público en esa calle desde el primero de mayo de 1973. Así fue que la consigna lanzada por los organizadores de la feria se hizo carne: A la calle no hay quien la calle.

La feria, como lugar de encuentro popular transversal, fue una experiencia de recuperación del espacio público y de creación de una zona temporalmente autónoma. Allí se dieron cita proyectos autogestivos de vivienda, salud, educación, arte y, por supuesto, edición, provenientes de Chile, Argentina, Perú, Bolivia, y México. La autogestión es el redibujamiento de las relaciones de poder, para la construcción de una sociedad radicalmente democrática, dijo Henry Renna del MPL, aclarando que considera que todo ejercicio autogestionario es una experiencia de educación popular. La feria se volvió un crisol de movimientos políticos, reflejando una visión más integral de lo que es la autogestión.

En tanto feria de libros, el evento logró visibilizar el trabajo colectivo de lo que Zibechi llamó la reconstrucción del imaginario revolucionario desde abajo, que se está haciendo en base a nuestras realidades, y no a teorías revolucionarias de otros momentos. Los libros que circularon en la feria son muy otros: tanto por su producción, su contenido, su forma y su valor, factor importante en Chile, dados los elevados precios en las librerías. Esos libros son el reflejo de procesos colectivos de construcción de relaciones sociales distintas de las que existen en el mercado, la academia y el estado, y de las que desde esos espacios se imponen.

La historia de uno de los organizadores de la feria –la Editorial Quimantú– es clave para entender la regeneración, y reinvención, política y social que florece hoy en Chile. La Editora Nacional Quimantú de la Unidad Popular, fundada en 1971, nació con una toma de la Editorial Zig-Zag por los trabajadores, quienes proclamaron que el trabajo editorial tenía que ser parte de un proyecto social. Quimantú, con tiradas masivas, llegó a ser una de las editoriales más importantes del continente, y un elemento importante del proceso emancipador de Salvador Allende. Mario Ramos, miembro de la nueva Quimantú, explicó que con el golpe esta editorial “terminó en llamas, terminó en cenizas… pero como las cenizas renacen nosotros la retomamos y ahora tenemos una editorial Quimantú de esta época”.

La política editorial de la nueva Quimantú autónoma apuesta a la creación de libros como herramientas para la politización de lo social y la socialización de lo político. Lucía Paz, diseñadora de la Quimantú, afirmó: para nosotros el libro no es una mercancía; es una necesidad del pueblo. El libro popular que se pensó, se construyó y se compartió en este encuentro es fiel reflejo de las palabras de los compañeros de la Quimantú: “todavía hay un Chile –y una América– que se construye a pulso”.

Más información en www.americalatina.blogspot.com/

* Universidad de California-Davis

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