domingo, 6 de enero de 2008

INTERESANTE INFORMACION PREVENTIVA PARA LOS JOVENES QUE SE INICIAN EN LOS MENESTERES DEL SEXO:



De los males venéreos y su pertinaz persistencia
Las afecciones ligadas a la sexualidad tienen una carga cultural que trasciende la medicina. Los valores sociales impactan en la etiología y los prejuicios morales se entrometen en la búsqueda de soluciones. Sucede con la emergencia del VIH/sida, como ha sucedido desde hace siglos con las “enfermedades venéreas”, las infecciones de transmisión sexual que están lejos de ser un recuerdo.

Por Fernando Mino

Los anuncios clasificados de los periódicos fueron durante buena parte del siglo XX el espacio idóneo para ofrecer apoyo a los afectados por alguna enfermedad “secreta”, eufemismo para cualquier tipo de infección de transmisión sexual; temidas por incurables —hasta la popularización de la penicilina a finales de los años cuarenta— y combatidas por considerarse “hereditarias” y “fuentes de degeneración de la raza”.

La ideología de la época, herencia del cientificismo moralista del XIX, hacía de cualquier afección sexual una mancha indicativa del pecado, contagiosa y sintomática de un problema moral, en el caso de las mujeres, o del descuido propio de la juventud, en los hombres. (Otro clasificado de 1941 promete solución a la impotencia “uno de los grandes pesares del hombre al verse privado de uno de los placeres de la edad viril”, producida, entre otros factores, por “algunas enfermedades propias de la juventud (gonorrea, estrechez, sífilis)”. La enfermedad venérea, según la etimología que la relaciona con Venus, la diosa romana del amor, que daba sentido al dicho “por una hora con Venus, veinte años con Mercurio”, en alusión al prolongado e inútil tratamiento de la sífilis con mercurio, común desde los primeros siglos de la infección.

La amenaza de las mujeres públicas
La sífilis es ejemplo del doble rasero moral aplicado a hombres y mujeres. Quizá sólo la tuberculosis compitió con el carácter romántico del padecimiento masculino —casos célebres: Arthur Rimbaud, Charles Baudeleire, Friedrich Nietzche, James Joyce— que se combinó muchas veces con su carácter de trofeo sexual —se dice que la padecieron el marqués de Sade y Casanova.

Pero el mal de Venus era necesariamente femenino. Las trabajadoras sexuales se convirtieron en el blanco de las políticas de “higienización” de finales del siglo XIX. Como dice el científico mexicano Manuel Rivera Cambas, en 1880: “La ciencia como el fuego tiene el privilegio de purificar cuanto toca y, por molesto que sea, ocuparse de los azotes que destruyen a la humanidad, por repugnante que sea tocar […] las miserias que se relacionan con ciertas clases degradadas. […] La abyección y el envilecimiento de la prostituta, tal vez un momento de supremo arrepentimiento puede rehabilitarla” (citado por Óscar Flores en “Prostitución y sífilis en México. El exconvento e iglesia de San Juan de Dios en la obra de Manuel Rivera Cambas”, en Ciencia UANL, octubre-diciembre de 2001).

Bajo esa pesada ideología se desarrolló una persecución oficial que incluyó la creación de zonas rojas, el control sanitario de las trabajadoras sexuales y la reclusión de las que resultaran con sífilis en el hospital de Morelos (a un costado de la Alameda de la ciudad de México), habilitado ex profeso para concentrar a las “mujeres públicas” infectadas.

El siglo XX hizo nuevos intentos para controlar la sífilis y, de paso, ratificar su condición de estigma. En 1917 la ley de relaciones familiares establece como misión del Estado la erradicación de la sífilis “hereditaria”, el primer paso para el requisito de los exámenes prenupciales y la prohibición del matrimonio para las personas con sífilis o cualquier otra “enfermedad crónica e incurable, que sea demás contagiosa o hereditaria”.

Muchos de los códigos civiles del país mantienen la anacrónica restricción matrimonial, inoperante en la mayoría de los casos, pero resucitada cuando los prejuicios emergen, como fue el caso de Chihuahua en julio pasado, cuando se les negó el derecho a casarse a una pareja viviendo con VIH. La huella del estigma ha mostrado ser más resistente que la misma sífilis, vulnerable a unas cuantas dosis de penicilina.







Por una hora con Venus,
veinte años con Mercurio


“AAAA. Alerta, señoras y señoritas: Las enfermedades secretas no son públicas. No hay que vulgarizarlas; soy mujer y curo mujeres. Atención especial
con discreción absoluta de cualquier padecimiento del sexo femenino.

Consultorio. Especialista. Argentina 31” (“El Aviso de ocasión”, Excelsior, 5 de mayo de 1941).
Las infecciones de transmisión sexual al día
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, cada año se presentan en México alrededor de siete millones de casos de infecciones de transmisión sexual (ITS) curables.

Tricomonas (más de tres millones de infecciones cada año), clamidia (casi dos millones), gonorrea (más de un millón), y sífilis (240 mil casos cada año), son las ITS más comunes, además del virus del papiloma humano (VPH) que ha incrementado sus números en los últimos años —más de 24 mil casos diagnosticados durante 2006— y para la que apenas comienzan a desarrollarse fármacos preventivos.

Si bien curables y prevenibles con el uso del condón, las ITS pueden ser la antesala de problemas más severos. De acuerdo con Carmen Varela Trejo, médica especialista del área de atención integral del Centro de Prevención y Control del VIH/sida (Censida), la presencia de ITS aumenta radicalmente el riesgo de infección por VIH: “de dos a 10 veces”, según las estadísticas epidemiológicas. De acuerdo con la Norma Oficial Mexicana para la Prevención y Control de las ITS, éstas son “un grave problema de salud sexual y reproductiva” que afecta a la población general.

Su combate es complicado por la gran cantidad de infecciones y de agentes causales. “Se conocen aproximadamente más de 23 agentes etiológicos implicados en la transmisión sexual, causantes de más de 50 síndromes”, señala Varela. Tan sólo el VPH se compone de más de 85 genotipos, 30 transmisibles por contacto sexual.

Otros factores que juegan a favor de las infecciones son la marginación, la falta de acceso a atención médica y la falta de educación en sexualidad, que impide una prevención adecuada y favorece que se oculte o, de plano, se desconozca la existencia de la infección. Un estudio de 2002 reveló que el subregistro de casos de sífilis alcanzaba 84 por ciento. Al proyectar ese porcentaje es posible estimar el número real de casos de sífilis en México: más de un millón.

Infecciones congénitas
La transmisión perinatal de las ITS es uno de los ejemplos de la falta de control sanitario y de marginación. Para la Organización Mundial de la Salud, la sífilis congénita es una de las prioridades para América Latina; según sus cálculos, 330 mil mujeres de la región, embarazadas y con diagnóstico de sífilis no reciben medicación durante el control prenatal. El tratamiento es elemental: una dosis única de penicilina.

En 2006 se reportaron 78 casos de sífilis congénita en México, la gran mayoría en Chihuahua, Sonora y Baja California, pese a que las pruebas de detección para esta ITS están indicadas como tratamiento de rutina en la atención de las mujeres embarazadas, según la Norma Oficial Mexicana para la materia. Otras infecciones que presentan riesgo de transmisión vertical son el herpes y el VPH.

Si bien la falta de acceso a insumos, como las pruebas de detección de ITS (o del VIH), por parte de muchos médicos se suma a los riesgos de infección, un problema fundamental es el pesado sesgo cultural, como señala Carmen Varela: “El personal de salud se enfrenta ante el desafío de tener que respetar el punto de vista y la diversidad sexual de cada paciente”. Números aparte, a las ITS les sigue pesando la loza del pecado endilgado desde su origen.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario