Contra la tortura: un año después
Ampliar la imagen Réplica de una cámara de toruras usada durante la dictadura de Francisco Franco y que se mostró en el Museo de Europa en Bruselas, en noviembre pasado Foto: Ap
En noviembre de 2007, Louis Vitale, sacerdote franciscano, y Steve Kelly, jesuita, fueron sentenciados a cinco meses de prisión por intentar la entrega de una carta de protesta contra el adiestramiento para la tortura en Fort Huachuca, Arizona. Poco antes de ser trasladados a una prisión federal los sacerdotes declararon: “La instrucción de la tortura en el Fort Huachuca y la práctica de la tortura en el mundo entero son reales crímenes. Hemos tratado de entregar una carta pidiendo la suspensión de esta instrucción y hemos sido detenidos. Hemos tratado de mostrar abierta y honestamente la evidencia de la práctica de la tortura y hemos sido impedidos. Queríamos poner abiertamente de manifiesto el uso extensivo de la tortura y el abuso de los derechos humanos cometidos durante interrogatorios en Abu Ghraib y Guantánamo, en Irak y Afganistán. Esta evidencia ha sido facilitada por los propios militares así como por investigaciones gubernamentales y de derechos humanos”.
La utilización indiscriminada de la “guerra contra el terrorismo” como carta de legitimidad para el uso de tortura lo mismo contra activistas políticos, grupos y reivindicaciones civiles, organizaciones humanitarias y organizaciones de legítima resistencia contra la ocupación militar de sus territorios ancestrales o nacionales ha allanado hoy en el mundo entero la práctica de la tortura, con sus técnicas llamadas científicas, y con usos de arcaica brutalidad. Las instituciones que deberían preservar globalmente el estado derecho, y en primer lugar las Naciones Unidas, son hoy parte del problema, no su solución.
Hace poco más de un año un grupo de intelectuales y académicos iberoamericanos e ibéricos presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara un manifiesto “Contra la tortura”. Su escueta redacción y su decidida protesta no fueron quizá tan significativos como la circunstancia de que venía avalado por destacados intelectuales, como Carlos Monsivais, Eduardo Galeano o Juan Goytisolo, y entre ellos tres premios Nobel, Gabriel García Márquez, Adolfo Pérez Esquivel y José Saramago. El manifiesto no solamente significaba el rechazo de las leyes de excepción globales unilateralmente decretadas por el gobierno de Estados Unidos. También encabezaba el libro Contra la tortura (Editorial Fineo, Monterrey 2006) en el que tres intelectuales: Margarita Serje, de Colombia; Pilar Calveiro, de México, y Rita Laura Segato, de Argentina, presentaban sendos informes sobre el uso de la violencia y el crimen organizado con fines políticos en Colombia, México y Estados Unidos. Cierra este libro Carlos Castresana, fiscal con un largo historial profesional contra el crimen estatal y paraestatalmente organizado en América Latina, y más conocido por haber conducido el apresamiento de Augusto Pinochet en Inglaterra por delitos contra la humanidad.
Una serie de aspectos deben subrayarse en estas contribuciones. El análisis realizado por Serje de las atrocidades cometidas en Colombia no sólo es brillante y tremendo, sino que pone de manifiesto una valentía ejemplar. Lo mismo ha de decirse con respecto de la reconstrucción de los feminicidios de Ciudad Juárez realizada por Segato, modélica tanto por su rigor científico como por su integridad moral. Por su parte, Calveiro muestra un amplio cuadro sobre los usos criminales de la tortura por parte de Estados Unidos. Su ensayo es relevante también por otra cosa. Esta escritora reconstruye un sistema criminal global valiéndose de información que está al alcance de todos. Pone en evidencia con ello la ceguera y complicidad de todos frente a una barbarie que tenemos ante los ojos. El análisis de Castresana es trascendental por dos razones fundamentales. Este letrado español pone de manifiesto un raro rigor lógico digno de la herencia de Francisco de Vitoria. Con este rigor deslegitima de manera aplastante las burdas justificaciones de lo injustificable por parte del gobierno de George W. Bush.
La respuesta al manifiesto y al libro ha sido en cambio lamentable. Los medios de comunicación mexicanos, con la sola excepción de La Jornada que cedió sucesivos reportajes y publicó el manifiesto, boicotearon su presentación en la que paradójicamente había un centenar de periodistas nacionales. La Universidad Nacional Autónoma de México dedicó un escueto acto en la Facultad del Derecho. Nadie acogió el manifiesto y el libro como lo que realmente era y es: punto de partida de un debate y una acción intelectual responsable. En su lugar encontró indiferencia y abatimiento. Precisamente en México que ha conocido en los años recientes los casos más atroces de tortura y crimen político con la connivencia institucional y absoluta impunidad jurídica.
La respuesta internacional no fue menos significativa. El País de Madrid publicó un extenso reportaje así como el manifiesto entero. La prensa latinoamericana lo ignoró cuando no lo silenció. Una anécdota pone de relieve la mala conciencia que distingue al mundo intelectual europeo. La revista Lettre de Berlín publicó el artículo de Castresana, sin mencionar el contexto del que lo extraía y omitiendo a conciencia el manifiesto. Otros órganos de la comercializada cultura europea simplemente cerraron sus puertas.
El Zeitgeist de los intelectuales europeos y estadunidenses frente las guerras, las crisis ecológicas y los genocidios que han jalonado el comienzo de siglo se resume en dos palabras: vacío y silencio. Es además inadmisible para el cinismo paternalista que estos intelectuales han heredado del Pop y el Postmodern, el deconstruccionismo y los cultural studies que exista una voz clarividente precisamente en sus colonias de América latina.
La versión inglesa del manifiesto se perdió en el anonimato de los websites y los blogs. Los ensayos se publicaron en inglés en una university press, pero flanqueados por papers académicos de irrisoria consistencia. Su editor evitó la mención del manifiesto. Para la academia estadunidense una cosa es el análisis escolarmente vigilado, y la otra y lo otro un posicionamiento intelectual libre. Tampoco puede faltar una anécdota chusca. En mi propia universidad* en lugar de divulgar esta protesta inventaron un panel para desviar la atención de los latinoamericanistas hacia otra parte. Cosa curiosa: lo titularon “Tortura y verdad”. Esta distinción entre torturas falsas y verdaderas data del siglo XV. En su nombre el inquisidor Eymerich protestó que quebrar huesos, desencajar articulaciones o mutilar miembros no podían imprimir por sí mismos en las víctimas las verdades de la fe. Había que subordinar las técnicas de mortificación a una jurisdiccón teológica.
Esta práctica teologal se llama hoy “técnicas científicas de interrogación coercitiva”. El nombre sagrado de la ciencia les otorga la misma impunidad que ayer el nombre de Dios. Se quiere hacer ignorar que el objetivo de la tortura nunca ha sido ni puede ser la verdad. Su finalidad es la imposición ostensible y obscena del crimen, la corrupción y la tiranía. Y un estado global de sitio.
(*Eduardo Subirats es profesor en la New York University)
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