viernes, 17 de junio de 2011

El intelectual estadunidense sostiene que la educación es mejor estrategia que la confrontación

La guerra antinarco es un invento para limitar las libertades: Noam Chomsky

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Arma perteneciente al cuerpo de marines de Estados Unidos que fue decomisada a miembros del cártel de Los Zetas en MéxicoFoto Carlos Ramos Mamahua
David Brooks
Corresponsal

Nueva York, 16 de junio. Noam Chomsky afirma que la guerra contra las drogas fue inventada para suprimir tendencias democráticas en Estados Unidos y empleada para justificar las intervenciones y control de amenazas al poder imperial en el extranjero.

En entrevistas y escritos a lo largo de los años recientes, el intelectual disidente más destacado de Estados Unidos ha reiterado que esa guerra siempre ha tenido otros objetivos, distintos a los oficialmente pronunciados.

Afirma que mantiene la misma óptica sobre el tema que ofreció en entrevista a La Jornada en la ciudad de México, durante el festejo del 25 aniversario de este periódico, cuando afirmó:

“La guerra contra la droga, que desgarra a varios países de América Latina, entre los que se encuentra México, tiene viejos antecedentes. Revitalizada por Nixon, fue un esfuerzo por superar los efectos de la guerra de Vietnam en Estados Unidos.

“La guerra (de Vietnam) fue un factor que llevó a una importante revolución cultural en los 60, la cual civilizó al país: derechos de la mujer, derechos civiles, o sea, democratizó el territorio, aterrorizando a las elites. La última cosa que deseaban era la democracia, los derechos de la población, etcétera, así que lanzaron una enorme contraofensiva. Parte de ella fue la guerra contra las drogas.

“Ésta fue diseñada para trasladar la concepción de la guerra de Vietnam, de lo que nosotros les estábamos haciendo a los vietnamitas, a lo que ellos nos estaban haciendo a nosotros. El gran tema a finales de los 60 en los medios, incluso los liberales, fue que la guerra de Vietnam fue una guerra contra Estados Unidos. Los vietnamitas estaban destruyendo a nuestro país con drogas. Fue un mito fabricado por los medios en las películas y la prensa. Se inventó la historia de un ejército lleno de soldados adictos a las drogas que al regresar se convertirían en delincuentes y aterrorizarían a nuestras ciudades. Sí, había uso de drogas entre los militares, pero no era muy diferente al que existía en otros sectores de la sociedad. Fue un mito fabricado. De eso se trataba la guerra contra las drogas. Así se cambió la concepción de la guerra de Vietnam a una en la que nosotros éramos las víctimas.

“Eso encajó muy bien con las campañas en favor de la ley y el orden. Se decía que nuestras ciudades se desgarraban por el movimiento antibélico y los rebeldes culturales, y que por eso teníamos que imponer la ley y el orden. Allí cabía la guerra contra la droga.

“Reagan la amplió de manera significativa. En los primeros años de su administración se intensificó la campaña, acusando a los comunistas de promover el consumo de drogas.

“A principios de los 80... fue cuando la tasa de encarcelamiento se incrementó de manera significativa, en gran parte con presos negros. Ahora el número de prisioneros per cápita es el más alto en el mundo. Sin embargo, la tasa de criminalidad es casi igual que en otros países. Es un control sobre parte de la población. Es un asunto de clase.

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Noam Chomsky advierte que la lucha antinarco es utilizada como una forma de limpieza socialFoto Carlos Ramos Mamahua

La guerra contra las drogas, como otras políticas, promovidas tanto por liberales como por conservadores, es un intento por controlar la democratización de fuerzas sociales, concluyó.

Chomsky abundó sobre estos puntos en su ponencia en la UNAM, donde agregó más sobre las dimensiones internacionales de la guerra antinarco de Estados Unidos. Afirmó que al intervenir para controlar políticamente ciertas regiones del mundo, incluyendo América Latina, “el pretexto es la ‘guerra contra las drogas’, pero es difícil tomar eso muy en serio, aun si aceptáramos la extraordinaria suposición de que Estados Unidos tiene derecho a encabezar una ‘guerra’ en tierras extranjeras.

“Los estudios llevados a cabo por el gobierno estadunidense, y otras investigaciones, han mostrado que la forma más efectiva y menos costosa de controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la educación. Han mostrado además que los métodos más costosos y menos eficaces son las operaciones fuera del propio país, tales como las fumigaciones y la persecución violenta. El hecho de que se privilegien consistentemente los métodos menos eficaces y más costosos sobre los mejores es suficiente para mostrarnos que los objetivos de la ‘guerra contra las drogas’ no son los que se anuncian.

“Para determinar los objetivos reales, podemos adoptar el principio jurídico de que las consecuencias previsibles constituyen prueba de la intención. Y las consecuencias no son oscuras: subyace en los programas una contrainsurgencia en el extranjero y una forma de ‘limpieza social’ en lo interno, enviando enormes números de personas ‘superfluas’, casi todas hombres negros, a las penitenciarías, fenómeno que condujo ya a la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, por mucho, desde que se iniciaron los programas, hace 40 años”.

En sus ensayos, por ejemplo en su libro Hopes and prospects (Esperanzas y realidades), Chomsky escribió que sería imposible pensar que Estados Unidos aceptaría cualquier intromisión de otro país u organización internacional para controlar el consumo y producción de estupefacientes en su propio territorio. La idea de que extranjeros deben interferir con la producción y distribución de sustancias letales (en Estados Unidos) es plenamente impensable. El hecho de que la justificación para los programas antinarcóticos en el extranjero es aceptado como plausible, hasta considerado como algo que vale la pena discutir, es otra ilustración de las profundas raíces de la mentalidad imperial en la cultura occidental.

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Lo solicitó a Abascal en 2006, cuando era presidente electo, dice en entrevista televisiva

Calderón pidió reprimir el plantón de AMLO, acusa Encinas; falso: Los Pinos

Los titulares de Sedena y Gobernación colaboraron para evitar la violencia, señala el perredista


Después de la elección presidencial de 2006 y la instalación de un plantón en Paseo de la Reforma para exigir el recuento de votos, el entonces presidente electo, Felipe Calderón Hinojosa, pidió al secretario de Gobernación del gobierno foxista, Carlos Abascal, que se reprimiera y levantara el movimiento con el uso de la fuerza pública, aseguró en entrevista televisiva Alejandro Encinas, candidato a la gubernatura del estado de México por la coalición Unidos Podemos Más.

En respuesta, Alejandra Sota, coordinadora general de comunicación social de la Presidencia de la República, aseguró que el presidente Calderón jamás solicitó, ordenó o pidió represión alguna a ese ni a ningún otro movimiento.

Calificó de absolutamente falsa la afirmación y sostuvo que es una falta de respeto que se refiera a una persona que ya falleció y no puede defenderse de lo dicho por Encinas.

El abanderado de PRD, PT y Convergencia manifestó que tanto el entonces secretario de la Defensa Nacional, Clemente Vega García, como el propio Abascal colaboraron para que el conflicto poselectoral se resolviera sin que se rompiera ni un solo cristal y sin que hubiera violencia, pues, indicó, en el caso del titular de la Sedena siempre estuvo con el principio y la convicción de que el Ejército no intervendría en contra de la población civil.

Felipe, tú todavía no eres el presidente

Al recordar la participación de Abascal en el conflicto, que Encinas enfrentó como jefe de Gobierno del Distrito Federal, indicó que la participación del funcionario foxista para alcanzar una salida pacífica fue muy importante, pues “recibió una llamada de Calderón Hinojosa pidiéndole que reprimiera y levantara el movimiento. Abascal le comentó con toda claridad: ‘Felipe, tú todavía no eres el presidente de la República, y mientras esto no suceda, aquí se tomarán las decisiones’”.

Luego de los señalamientos del candidato panista a la gubernatura, Luis Felipe Bravo Mena, quien ha criticado la participación de Encinas en el plantón de Paseo de la Reforma que encabezó Andrés Manuel López Obrador, apuntó que es un cuestionamiento que no valora la situación que vivía el país. Estábamos ante la eventualidad no sólo de que hubiera una situación de inestabilidad en la ciudad, sino un brote y estallido social que generara un conflicto de ingobernabilidad.

Encinas reconoció que mantenía una filiación y simpatía con la causa que defendía el plantón y agregó que como jefe de Gobierno del Distrito Federal fue el único interlocutor del movimiento con el gobierno federal, y logró establecer una relación importante no sólo con el presidente Vicente Fox, sino con los secretarios de la Defensa y Gobernación.

Afirmó que tenía la tarea de resolver el problema de fondo y “asumí plenamente mi responsabilidad. No quería que se volvieran a repetir los sucesos del conflicto poselectoral de 1988, cuando no sólo hubo tomas de carreteras y palacios municipales, sino el inicio de una represión que llevó a la muerte a más de 600 miembros del PRD”.

Encinas reiteró que Calderón Hinojosa demandó que se levantará el plantón con el uso de la fuerza pública, e hizo un reconocimiento al papel que jugó el entonces secretario Abascal Carranza, quien “cumplió el compromiso que teníamos de resolver esto en una negociación que inició, por cierto, durante una ceremonia a la que asistimos en el Colegio Militar, donde acudí invitado por el secretario de la Defensa Nacional –acto que se realizó el 4 de septiembre de 2006–, justamente para dar un mensaje de acercamiento a las Fuerzas Armadas de que no sólo habría desfile el 16 de septiembre, sino de que estábamos buscando una solución pacífica al conflicto”.

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La puerta que abrió la salvaje
represión del 10 de junio

Jaime Avilés

Como desechos humanos que eran a fin de cuentas, llegaron escondidos en camiones de basura del Departamento del Distrito Federal. Se distribuyeron por la Alameda de Santa María la Ribera, el pórtico del cine Cosmos y la entrada al panteón francés. Llevaban envoltorios de periódicos que ocultaban carteles con la imagen de Ernesto Che Guevara, bastones de bambú reconvertidos en picanas eléctricas y metralletas calibre M-1. Entre la ropa, bajo la playera, muchos disimulaban la cacha de una pistola.


El fotógrafo Armando Lenin Salgado firma una de sus fotos sobre la represion, durante la inauguracion de la escultura y la develacion de la placa conmemorativa del 40 aniversario de la matanza del jueves de Corpus de 1971. FOTO: Carlos Cisneros

Tenían el pelo moderadamente largo, eran tan jóvenes como los estudiantes que iban a reprimir, y quienes los armaron y entrenaron desde el gobierno de Luis Echeverría, les impusieron para siempre el misterioso nombre de los halcones. Aunque hay elementos para probar que ese grupo de choque fue creado, a instancias de Echeverría, por el coronel Manuel Díaz Escobar, e integrado por mandos de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, su origen jamás fue esclarecido. ¿Quiénes eran? ¿A quién respondían? Bien dice la sabiduría popular que si Jesús hubiera sido crucificado en México, la policía seguiría investigando la pista de Poncio Pilatos.

El pasado viernes, durante la breve ceremonia que las autoridades capitalinas llevaron a cabo a la puerta de la Escuela Normal Superior –donde hace cuatro décadas se inició la matanza–, mirando las cabezas blancas de Jesús Martín del Campo, Salvador Martínez della Rocca, Raúl Jardón e Ignacia Rodríguez, La Nacha, o las sienes entrepeladas del senador Pablo Gómez Álvarez y otros veteranos de las luchas estudiantiles de 1968 y 1971, me pregunté si entre el reducido número de espectadores reunidos junto a la entrada de la estación Normal del Metro no se encontraría por lo menos uno de aquellos asesinos, atraído por el morbo o la curiosidad de presenciar el homenaje a sus víctimas.

Entonces, como ahora, ser joven era un crimen. El régimen autoritario había ahogado en sangre la inconformidad de los estudiantes en Tlaltelolco. Tres años después de la matanza del 2 de octubre, y en solidaridad con los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León –cuyo rector había sido sustituido por un general–, los sobrevivientes de 1968 querían volver a marchar por las calles de la capital del país. Pero Echeverría les recordó que la posibilidad de incorporarse a la vida política fuera de las instituciones era nula. Y la salvaje represión del 10 de junio les abrió una sola puerta: la de la lucha armada, que en el curso de los próximos años trajo consigo la pérdida de miles de vidas, la derrota aplastante de las organizaciones político-militares y casi al final del decenio la legalización de los partidos de izquierda.

Ahora, hecha gobierno de la ciudad de México desde hace 14 años, esa izquierda inauguró anteayer un tótem de bronce pintado de rojo, que a decir de su autor, el inextricable Enrique Carbajal González, mejor conocido como Sebastián, representa en su base “un crucifijo en recuerdo del jueves de Corpus Christi”, cuando Echeverría soltó a más de mil Halcones para que asesinaran a decenas de jóvenes, algunos de los cuales, después de caer heridos y ser recogidos por las ambulancias de la Cruz Roja –según los testimonios de la época– fueron sacados del hospital Rubén Leñero y rematados en la calle.


Imagen del archivo personal del escritor Paco Ignacio Taibo II, de la llegada de los Halcones a la zona de la Escuela Normal Superior

Encima del crucifijo, y de acuerdo con su propia explicación, Sebastián colocó una X –la misma, dijo, que “Benito Juárez agregó al nombre de nuestro país, en lugar de la J para quitarle lo afrancesado”– y sobre ésta otros símbolos que “reproducen la imagen de la flor en distintas culturas autóctonas”. Como toda la obra del creador chihuahuense, para bien o para mal –en gustos se rompen géneros–, esta nueva pieza tampoco podrá pasar desapercibida, pero quién sabe si avive en alguien el recuerdo de la matanza de 1971.

Sentado entre el público que miraba al presídium –donde Marcelo Ebrard estaba flanqueado por José Ángel Ávila Pérez, secretario de Gobierno, y Mario Delgado, secretario de Educación, ambos de luto riguroso– había un testigo de calidad excepcional: el fotógrafo Armando Salgado. Las imágenes que captó aquel sangriento jueves de Corpus –un francotirador disparando con una rodilla en tierra; un paramilitar en pleno embate, retratado a la mínima distancia; un estudiante agonizando sobre un montón de trapos– probaron desde el primer momento, a pesar de la censura, que los autores intelectuales de aquella carnicería eran el presidente Luis Echeverría Álvarez, el regente Alfonso Martínez Domínguez, el jefe de la policía capitalina, general Daniel Gutiérrez Santos, así como el capitán Luis de la Barreda Moreno y el matarife Miguel Nazar Haro, quienes, entre otros, administraban la represión política desde la Dirección Federal de Seguridad.

Las fotografías de Armando Salgado echaron por tierra la versión oficial de que la muerte de decenas de estudiantes fue ocasionada por el choque entre dos grupos rivales. Las denuncias gráficas, así como los testimonios que poco a poco salieron a la superficie, pusieron de relieve algo que Echeverría jamás aceptó: su responsabilidad absoluta en aquellos hechos, tanto en la matanza de Tlaltelolco como en la del Jueves de Corpus. Aunque la ley prohíbe ya que sea juzgado por su participación en ambos episodios, el ex presidente ha sido condenado irrevocablemente por esos crímenes. Su nombre pasará a la posteridad teñido por la sangre de cientos de jóvenes que asesinó porque intentaron cambiar el país.

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