martes, 7 de diciembre de 2010

Algo sobre el maestro González Casanova

Pablo González Casanova,
el intelectual

Luis Hernández Navarro


Pablo González Casanova.
Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada

El 2 de mayo de 2010, Pablo González Casanova intervino en la sesión inaugural del Foro Social Mundial temático 2010 en Ciudad de México. Dedicó su presentación al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a los campesinos de San Juan Copala y a Atenco.

No fue un gesto cualquiera. La solidaridad con el SME no está de moda. A la intensa campaña desatada desde el poder en contra de los electricistas se han sumado sectores de la izquierda intelectual, a quienes los trabajadores les parecen privilegiados y su sindicato rancio. Pero a don Pablo le ha tenido sin cuidado el nadar contra la corriente de lo “políticamente correcto”. Ante el levantamiento zapatista, la entrada de la policía para romper la huelga estudiantil en la UNAM y la Revolución cubana –por citar sólo tres ejemplos entre muchos otros– él ha dicho lo que piensa, no lo que se espera que diga. Orienta su acción política por sus principios y su reflexión teórica, no por modas. Y con el SME le une lo que él ha caracterizado como “sentimientos intelectuales”. Su padre mantuvo reuniones frecuentes con integrantes de ese sindicato, y él mismo participó en su revista Lux, redactando crucigramas, y escuchó a dirigentes de ese gremio, como Francisco Breña Alvírez, conversar sobre el socialismo.

Don Pablo no es un joven estudiante universitario formado en lecturas de marxismo de manual, ni dirigente de algún partido leninista, sino un intelectual público de ochenta y ocho años de edad, ex rector de la UNAM, fundador de la sociología mexicana, laureado con varios doctorados honoris causa y reconocido como uno de los grandes pensadores latinoamericanos. Un académico a quien, hace tres o cuatro décadas, figuras del mundo cultural y político de la izquierda que hoy militan abiertamente en las filas de la derecha lo acusaban despectivamente de ser “demócrata”.

A sus ochenta y ocho años, expresa con toda claridad el contradictorio y cambiante sentir de nuestra época. Su pensamiento busca responder a las demandas de explicación de una etapa compleja y proporcionar instrumentos para que las clases subalternas comprendan los retos a los que se enfrentan y refuercen su seguridad anímica, cohesión y reconocimiento que su lucha necesita. Su obra, heterodoxa y compleja, ha ayudado a forjar un horizonte intelectual para la izquierda. En un momento de desánimo social, sus ensayos y su trayectoria política son un estímulo para aproximarse con esperanza a la realidad que se quiere transformar, condición indispensable para la praxis liberadora.

EL FIN DEL INTELECTUAL CLÁSICO

Desde finales del siglo pasado vivimos una época en la que la influencia de los intelectuales en los asuntos públicos, tan importante en otras épocas, ha disminuido sensiblemente. Muchos de ellos se reciclaron transformándose en expertos y tecnócratas. Se han vuelto así una especie de celebridades, a las que se ve pero no necesariamente se escucha. Publicidad, información y entretenimiento se han vuelto, por obra y gracia de la televisión comercial, una sola cosa. Y, de la mano de ella, muchos intelectuales antaño críticos del poder son ahora sus comentaristas y aduladores.

La prensa escrita que representa los intereses más conservadores les brinda amplia cobertura. Difunde sus opiniones y publica sus artículos. Sin embargo, quienes los escuchan son sus audiencias de siempre. Sus opiniones distan de normar criterios. A lo sumo alimentan prejuicios. Y, al metamorfosearse de esa manera, los intelectuales de la pantalla chica se han ido devaluando.


Pablo González Casanova participando en el III Diálogo Nacional por un Proyecto Alternativo de Nación, junto con el SME, la Unión Nacional de Trabajadores y la Promotora por la Unidad Nacional contra el Neoliberalismo. Foto: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada

En una época de expertos, tecnócratas e intelectuales mediáticos como la que vivimos, ¿qué papel desempeña un intelectual de izquierda como Pablo González Casanova?, ¿qué espacio tienen sus ideas y su quehacer?, ¿qué puede recuperarse de su obra que tenga sentido para explicar lo que sucede hoy en día?

No son preguntas ociosas. El ex rector ya sufrió, en el marco de la huelga universitaria de 1999-2000, la sentencia del tribunal televisivo por su decisión de renunciar a la dirección del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, como protesta por la entrada de la policía a la UNAM. Al analizar el papel de los medios electrónicos en el conflicto, escribió en La Jornada: “La televisión actual nos impide ver los problemas sociales para resolverlos. Convierte los problemas sociales en problemas individuales, penales, policiales y militares.”

Como pocos intelectuales vivos, don Pablo juega un papel central en el actual debate latinoamericano. Su visión del mundo actual y de los sujetos emancipatorios es de gran actualidad. Su práctica intelectual es de una enorme pertinencia.

González Casanova es uno de últimos exponentes del modelo del intelectual público, nacido del Yo acuso (1898), de Émile Zola, a propósito del Caso Dreyfus, símbolo de la iniquidad en nombre de la razón de Estado. Es un pensador universalista, enciclopédico, prescriptivo y profético.

Don Pablo es un intelectual de izquierda tal y como lo define Eugenio del Río, es decir, un pensador y un científico social que muestra preocupación por los problemas de la sociedad y del mundo desde el punto de vista de valores como la justicia social, la solidaridad y la lucha contra las desigualdades, la oposición a las variadas formas de colonialismo, imperialismo, opresión, la emancipación de las mujeres, el rechazo del racismo y de la xenofobia, la defensa de la laicidad y la denuncia de la arbitrariedad. Aporta lucidez, rigor y creatividad en la tarea propiamente intelectual; justicia en sus juicios y un compromiso práctico para mejorar la sociedad.

Convencido de los logros de la Revolución cubana y autodefinido como zapatista, lo mismo viaja a Chiapas y escucha pacientemente y con respeto durante horas las intervenciones de activistas de todo el país, que se traslada a La Habana para analizar las dificultades de la construcción al socialismo. Indistintamente, imparte una conferencia magistral en un seminario sobre el pensamiento de Carlos Marx (él, a quien la izquierda cavernaria dejó siempre fuera de las listas de quienes eran marxistas), que habla ante una asamblea de obreros y campesinos sobre el futuro de México y la tragedia de la nueva ocupación estadunidense del país. Nada que ver, pues, con la idea común que sobre los intelectuales se tiene en muchos sectores de la población y que expresó el finado Rockdrigo González en su canción “Los intelectuales”: “En un extraño lugar retacado de nopales/ había unos tipos extraños llamados intelectuales/ [...] no sabías si eran marcianos, mexicanos o europeos/ ángeles, diablos o enanos, cardiacos o prometeos.”

AMÉRICA LATINA Y SUS INTELECTUALES

En América del Sur la clase política que representa a la derecha vive un pronunciado retroceso. No hay en la derecha continental una sola figura política que pueda hacer frente a los personajes que hoy conducen gobiernos de izquierda o de centroizquierda en el área. Los políticos de la derecha sudamericana carecen de credibilidad. Por el contrario, la clase política progresista, más allá de sus claroscuros, gana una y otra vez elecciones.


Pablo González Casanova durante el encuentro de intelectuales con zapatistas en 2001. Foto: Alejandro Melendez/ archivo La Jornada

Es por eso que la derecha ha tenido que recurrir a sus intelectuales para dar la batalla en el continente. Carente de políticos prestigiados y reconocidos, ha debido echar mano de ellos para combatir lo que califica de ascenso en la región del indigenismo radical, la izquierda marxista y el populismo. Curiosa ironía, la derecha, una fuerza tradicionalmente antiintelectual, ha tenido que recurrir a los escritores para enfrentar a la izquierda.

Más allá de sus diferencias, los intelectuales de la derecha comparten un odio visceral hacia Cuba, Fidel Castro y, ahora, Hugo Chávez y Evo Morales. Usualmente evitan definirse a sí mismos como de derechas. Prefieren presentarse como liberales –en la acepción estadunidense de la palabra– y democráticos. En los hechos defienden el neoliberalismo y se oponen a las luchas emancipadoras. Varios de ellos son conversos que han tirado por la borda su pasado en la izquierda y ahora se asumen como los profetas del fin de la utopía. Algunos han intentado incursionar en la política con malos resultados.

Irónicamente, los avances de la izquierda política y social en América Latina no siempre tienen correspondencia con su influencia en el mundo de la cultura y la academia. El pensamiento progresista dentro de la intelectualidad renace con dificultades. El enorme prestigio e influencia que disfrutó el marxismo en las universidades y entre los artistas latinoamericanos a fines de los sesenta y comienzos de los setenta se ha desvanecido. El campo cultural progresista es terreno de choque y disputa entre los restos del marxismo neanderthal y la teoría crítica renovada.

Es en este contexto que debe evaluarse la actualidad del pensamiento de Pablo González Casanova y su autoridad moral y política entre quienes protagonizan los procesos de transformación social. Ha sido un estudioso de América Latina y del Tercer Mundo. Profundamente influido por la Revolución cubana y por la experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, se ha involucrado activamente en la región. Su autoridad intelectual en el continente tiene como sustento, más allá de su compromiso con las luchas de liberación de la región, una vasta labor académica.

González Casanova es la excepción a la regla escrita por Ryszard Kapuscinski en Lapidarium I para describir el comportamiento de los hombres de la cultura del hemisferio. Según el cronista polaco, “un rasgo característico de la evolución política del intelectual latinoamericano es que por lo general empieza en la izquierda y acaba en la derecha. Empieza participando en una manifestación de estudiantes contra el gobierno y acaba de ministro. Recorre el camino de joven rebelde a viejo burócrata. En ninguna otra parte del mundo es tan profundo el abismo que se abre entre la juventud y la vejez, entre el comienzo y el fin de una biografía”. Con casi nueve décadas de vida, don Pablo es el mismo que siempre ha sido. Incluso, algunos dirían que es aún más radical.

UNA NUEVA FORMA DE PENSAR AL PAÍS

Pablo González Casanova inventó una nueva forma de comprender y de estudiar a México. Muy probablemente dentro de cincuenta años se le leerá de la misma manera en la que hoy estudiamos con actualidad Los grandes problemas nacionales,de Andrés Molina Enríquez. Como lo ha señalado Lorenzo Meyer, La democracia en México es el primer gran estudio general del sistema político contemporáneo hecho por un mexicano, desde una perspectiva mexicana y académica. El libro colocó en el centro del debate nacional una agenda de investigación y una metodología para conocer al país. Inauguró líneas de investigación y reflexión sobre la realidad nacional vigente hoy en día, y estableció un momento clave en el desarrollo de la sociología: el de la plena madurez de las ciencias sociales en México y el fin de los monopolios de los estudios extranjeros sobre el país.


De izquierda a derecha: René Zavaleta, Pablo González Casanova, Julio Cortázar, Ariel Dorfman, Gabriel García Márquez, Jean Casimir, Carlos Quijano, Julio Scherer, Theotonio dos Santos. Morelos, México, agosto de 1980

Hasta antes de La democracia en México muchos de los más importantes análisis sobre la sociedad y la política mexicana habían sido realizados por extranjeros, sobre todo por estadunidenses. González Casanova integró, con gran imaginación, la sociología empírica con el marxismo, la historia y la estadística. Reflexionó creativamente sobre el marginalismo, el colonialismo interno, las sociedades duales, para analizar la relación entre modernización y democracia, y entre economía y política. Concluyó que la falta de democracia producida por la explotación y el colonialismo interno impedía al país caminar hacia una democracia representativa y el desarrollo.

A pesar de su adscripción universitaria, González Casanova ha salido de las aulas para investigar. En una época en la que una parte muy importante del pensamiento vivo se encuentra lejos de los circuitos culturales tradicionales, no ha dudado en ir hasta donde se localiza el laboratorio de sueños emancipatorios: abajo y a la izquierda. Hasta allí ha caminado el maestro, sea para escuchar y aprender, sea para hablar y enseñar. Frente a una academia encadenada a la lucha por los puntos y el deslumbramiento del púlpito televisivo, el profesor sigue caminando entre las barricadas de los que resisten. Para ellos su liderazgo intelectual es indiscutible. Nunca ha sucumbido a los cantos de sirena del poder. Con sentido común e inteligencia ha sabido ser, simultáneamente, comprometido y distante, con el sujeto de su compromiso. A sus ochenta y ocho años, don Pablo mantiene la misma curiosidad epistemológica y el mismo rigor analítico de siempre. Y, sobre todo, sigue siendo el joven inquieto que siempre ha sido.

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