1988: la caída del sistema
■ “Pensé que el ingeniero Cárdenas iba a defender su triunfo, pero no lo hizo”, recuerda
El fraude dejó una honda tristeza que ahora es rabia contenida: Rosario Ibarra
■ Dice que la resistencia civil “marcó un surco para sembrar bien las semillas de la democracia”
La Jornada',650,600); return false;"> Ampliar la imagen Manuel J. Clouthier, Rosario Ibarra y Cuauhtémoc Cárdenas durante un mitin afuera de la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era entonces Manuel Bartlett Foto: Francisco Mata Rosas /Archivo La Jornada
Mediodía del 7 de julio de 1988. Del equipo de campaña del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas llaman a Rosario Ibarra de Piedra, candidata a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), para invitarla a la conferencia de prensa que ofrecería el candidato del Frente Democrático Nacional (FDN), quien –según los conteos preliminares de los partidos opositores– lleva la delantera.
“En casa de doña Amalia Solórzano había un ambiente de esperanza. Tenían datos muy sólidos del triunfo de Cárdenas. Sus colaboradores y seguidores estaban eufóricos. Pero yo había sentido desde la noche anterior, cuando estuvimos en Gobernación con Manuel Bartlett, que el fraude se iba a consumar. Ojalá me hubiera equivocado.”
Hoy, Rosario Ibarra, 81 años, despliega la misma pasión y energía que hace dos décadas, cuando representó al PRT en una candidatura más bien testimonial. Después del 6 de julio pasó a ser una figura de fuerza moral que acompañaba a Cárdenas en las jornadas que siguieron en defensa del voto popular. Jornadas intensas, pero breves. “Pensé que el ingeniero Cárdenas iba a defender su triunfo, pero francamente no lo hizo”.
Es domingo temprano y la senadora Ibarra toma el último sorbo de café antes de salir hacia el Zócalo para encabezar una asamblea informativa más al lado de Andrés Manuel López Obrador. Habla de sus recuerdos de 1988 como una ráfaga porque, como siempre, está con prisa. “Era candidata a la Presidencia de la República por segunda vez. En 1982, sin que yo perteneciera al PRT, los compañeros me propusieron. Me gustó la idea porque era una opción socialista, además de tener un significado histórico, por ser la primera mujer que aspiraba a ese cargo en México.
“Fui noticia. Madre de un des-aparecido, preparatoriana autodidacta, sin currículum político. Era la mejor forma de colocar el tema de los desaparecidos en la agenda nacional, de hacer campaña por ellos.”
En el 88, dice, “no pensaba presentarme. Pero me convenció un compañero de Eureka, uno de los detenidos que habíamos rescatado del Campo Militar número 1, con un argumento bien sencillo: ¿Qué tal si conseguimos que aparezca uno más?”
Te toca, Rosario
Cuatro de junio, 1988. El ingeniero Heberto Castillo anuncia su declinación como candidato a la Presidencia de la República por el Partido Mexicano Socialista y su adhesión a la candidatura de Cárdenas. Es un momento clave en la historia de la izquierda mexicana. La atención se centra en la campaña de Rosario Ibarra, sin probabilidades de triunfo. “Te toca hacer lo mismo”, le dicen los dirigentes, los analistas, muchos militantes de la nueva coalición, incluso gente cercana a ella. “Hubo mucha presión para que declinara yo también –recuerda ahora la senadora–, pero yo pensé que en ese momento hacía falta una opción más radical. Mi propuesta era socialista. El ingeniero Cárdenas era ciento por ciento nacionalista. Yo tenía compromiso con la gente que votó por mí en 1982 y que seguía en el 88. Poca o mucha, no podía yo decirles: ahora nos vamos todos para allá”.
De esa campaña quedan gratos recuerdos. “Cárdenas y Clouthier eran excelentes contendientes. El ingeniero Clouthier me decía que aunque su forma de pensar estuviera a años luz de la mía, respetaba mi congruencia. Yo respetaba la suya, no era una veleta. En Culiacán fue a visitar un plantón de madres de desaparecidos, que en Sinaloa son muchos”.
Su afinidad con Cárdenas, por otra parte, venía de muy lejos. “Su apellido me inspiraba gran admiración. De niña mi padre me llevó a conocer al general Lázaro. Es un hombre muy parco, pero tejimos una buena amistad”.
¡A Bucareli!
Seis de julio, cuarto para las diez de la noche. Ante los indicios de una derrota histórica del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, las casas de campaña de los tres contendientes –Cárdenas, Clouthier y Rosario Ibarra– intercambian llamadas telefónicas minuto a minuto. Reconocen las cifras que le dan ventaja al candidato del FDN. Salinas tiene un rezago que permite suponer la gran derrota del PRI. La Secretaría de Gobernación guarda silencio. El sistema “se cae”. De casa del panista chihuahuense Luis H. Álvarez llaman a Rosario para convocarla a una reunión. Ahí los tres equipos discuten las primeras líneas de una resistencia. Porfirio Muñoz Ledo escribe a volandas un texto en el que se advierte que un presidente emanado del fraude no tendrá reconocimiento ni legitimidad. Deciden hacerse presentes en Bucareli, donde la gente empieza a concentrarse en la primera protesta antifraude. Encuentran cerrado el portón de la Secretaría de Gobernación “Creo que en ese momento Clouthier se acordó de sus años mozos como jugador de futbol americano en el Tecnológico de Monterrey, porque de un empujón logró abrir y entramos. Nos recibió Manuel Bartlett a los tres. No dijo gran cosa. Sólo que no había precisión en las cifras. Lo que yo tengo grabado de esa noche es la mirada de Clouthier clavada en el rostro inexpresivo de Bartlett”.
La dirigente de Eureka era visitante frecuente del Palacio de Covián. Desde tiempos de Luis Echeverría había ido a demandar a los sucesivos y poderosos secretarios de Gobernación conocer el paradero de Jesús, su hijo desaparecido-secuestrado en 1975. “Estar en Gobernación siempre ha sido desagradable para mí. En ese momento entendí claramente: va a haber fraude”.
Lo había dicho en uno de sus actos de campaña: “A veces un fraude puede generar una fuerte convulsión en el pueblo. Si ahora nos defraudan, habrá un sismo político”.
Al fraude le siguió por un breve tiempo la lucha por la defensa del voto en favor de Cárdenas. “Me llamaban de la oficina del ingeniero y yo iba adonde fuera con él. Un día me dejaron de llamar. Cárdenas no fue persistente”.
–¿Por qué, qué le hizo desistir? ¿Presiones, amenazas?
–No supe. Quizá si hubiera seguido con la movilización hubiera logrado hacer mella en el salinismo. No debemos olvidar nunca las cifras que registró José Álvarez Icaza en el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos). Al PRD Salinas le costó 620 asesinatos”.
–¿Qué dejó esa experiencia?
–Quedó un surco para sembrar bien las ideas de la democracia. Lástima que no siguió la lucha contra el fraude. Quedó mucha tristeza en el pueblo que yo vi, yo sentí. Una tristeza que he vuelto a ver en el fraude de 2006. Pero diferente. Ahora lo que hay es rabia contenida.
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