domingo, 11 de mayo de 2008

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Vilma Fuentes
vilma@aliceadsl.fr

París, mayo 68: ¿sueño o realidad?

Sin pretender parodiar el poema de Allen Ginsberg que arranca con el funesto exabrupto: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura...”, me pregunto, más bien por paradoja, cómo leen hoy esos versos quienes los leyeron, acaso con devoción, hace 40 años. No puede olvidarse que fue uno de los faros que iluminaron, con su luz mortecina, la generación del 68. La locura era, en ese vecino país que es lo pasado, un extraño ideal: se accedía casi por iniciación y por caminos escogidos al azar de un deseo de libertad sin límites: alcohol, droga, amores descompuestos, saltos al vacío, el clandestinaje como un gozo, la rebelión contra el orden establecido. Y también una esperanza desmesurada, una fiesta, la fraternidad, mezcladas a las ilusiones de la utopía. Porque si algunas de “las mejores mentes” fueron destruidas, fueron muchos quienes hicieron una fiesta de esa búsqueda, a la vez de un sueño, de lo invisible, de la pérdida de sí mismo, en fin, de ese ailleurs (otra parte) que para Rimbaud es la verdadera vida.

Desde luego, quienes hoy pueden releer esos versos no son sino los sobrevivientes. Sin duda, muchos prefieren olvidar tal lectura; otros piensan tal vez que el poema ha envejecido, aunque no tanto como nosotros: su tiempo no se mide con el tic-tac de las manecillas, obedece a otros latidos. Algunos, más sencillamente, podemos imaginar que la locura se manifesta en otras formas menos espectaculares, no menos peligrosas: la carrera desenfrenada tras el dinero para comprarse el veloz ataúd con ruedas último modelo, el juego en la ruleta de la Bolsa, las ambiciones, cada mañana exacerbadas con la inyección de los intereses producidos por la ansiedad incontrolable de ganar, triunfar, acumular, lucir... una riqueza ostentatoria y uniforme.

Durante cuatro décadas, desde mayo de 1968, no se ha dejado de discutir y tratar de elucidar qué significó, qué fue, qué consecuencias tuvo, ese movimiento estudiantil. Los intelectuales franceses han supuesto y expuesto casi todas las teorías imaginables. Cada 10 años había habido conmemoraciones más o menos polémicas. A cada brote de protesta estudiantil, los protagonistas del 68 vivieron la ilusión de un nuevo 68, pero las cosas no se repiten: los estudiantes de ahora manifiestan contra el cambio, temerosos de perder lo “adquirido”.

Sin embargo, este cuadragésimo aniversario es particularmente polémico, casi escandoloso. No pasa un día sin que la prensa escrita, la radio, la televisión no dediquen parte de sus espacios al movimiento de 1968: imágenes de la época, de París, de otras ciudades europeas, del planeta entero. Reportajes, mesas redondas, libros y más libros. Al menos una vitrina de cada librería en Francia está consagrada a publicaciones sobre el 68.

La polémica se ha vuelto el pan de cada día y todos los puntos de vista concurren a esta feria de réplicas en una promiscuidad de ideas donde el oportunismo (los libros fabricados para tratar de vender) se coloca en los mejores lugares. ¿Por qué este exacerbamiento? Sin duda, una de las causas fue la declaración de Nicolas Sarkozy, durante su campaña de candidatura a la presidencia francesa, contra el 68. ¿No era el 68 responsable de la decadencia de la educación, del relajamiento de las costumbres, del poco gusto por el trabajo, en fin, de todos los males? No quedaba duda: debía acabarse con su espíritu, volver a las cosas serias. ¿Olvida Sarkozy que él mismo es un resultado del 68? ¿Que sin los cambios producidos no habría podido acceder a la presidencia? Él, que no para de correr, obedece a uno de los lemas de la época: Vivre sans temps mort (Vivir sin tiempo muerto). ¿Y su vida privada no sigue la consigna sesentayochesca de Vivre sans entraves (Vivir sin cortapisas)?

No, no se entierra un anhelo vital por un simple acto de voluntad. ¿Fin de la historia? No, la historia no conoce el fin. Ninguna medida puede acabar con lo desmedido.

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