Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
El flautista, el debate y el síndrome Marlboro
Yo, francamente, no creo que Andrés Manuel López Obrador sea un émulo
de aquel flautista de Hamelín que hechizaba a todos quienes lo
escuchaban obligándolos a seguirlo en una suerte de embeleso
multitudinario. Yo, la verdad, tampoco creo que quienes por decenas de
miles acudieron a su llamado en la megamarcha dominical del Ángel al
Zócalo lo hayan hecho enajenados por el irresistible conjuro mesiánico
del perredista.
De lo que sí estoy seguro es de que López Obrador ha sido y es un
fenómeno social por sí mismo. Carismático sí, pero sin truco mágico
alguno. En todo caso, explicado por lo que expertos como Umberto Eco
llaman imagenología: que sería una serie de canales ambivalentes de
comunicación entre este líder y los individuos a los que se dirige.
Pero de cualquier manera —y aterrizando la teoría en la práctica—,
habría que considerar la importancia del escenario y el momento. Así
que en homenaje a Ortega y Gasset, Andrés Manuel es él y su
circunstancia.
En otras palabras, sería imposible imaginar a cualquiera de los
grandes movilizadores de masas sin el entorno sociopolítico que les
tocó vivir. Quién podría sacar de sus casas y llevar a las calles a
una población de bienaventurados sin motivo alguno para la protesta.
Qué prodigio de propaganda podría provocar que quienes están felices
con su gobierno sean convencidos de salir a denostarlo en las plazas
públicas de ciudades y pueblos. Dicho de otro modo, lo que este
empecinado luchador social ha logrado es interpretar fielmente los
sentimientos callejeros y devolverlos en consignas que sus seguidores
hacen suyas. Es pues un carismático indiscutible. Pero es también un
líder político extraordinariamente sensible. Por eso hoy encabeza la
oposición a la propuesta petrolera presidencial aun sin ocupar cargo
alguno como no sea el de presidente legítimo con el que se asume.
Por cierto, se puede estar o no de acuerdo con lo que dice y hace,
pero nadie le cambia de canal cuando aparece en la tele, aunque sea
para ver cómo lo tasajean abiertamente o cómo lo denigran veladamente.
En los diarios, hay que leer la nota completa cuando figura su foto,
sobre todo aquellos que en el goce del morbo se recrean en las burlas
e insultos que le endilgan. Como él, ¿cuántos personajes que
despierten ese interés cuasienfermizo en la vida pública de México?
Sin medias tintas: o todo el amor o todo el odio.
Por eso, hasta conmueven los desgarramientos de vestiduras de los que
lo han comparado con los peores dictadores y llamado "un peligro para
México". Preocupan —sin el menor asomo de ironía— los desbocamientos
histéricos de quienes no se explican cómo puede engañar a tanta gente
y hasta a intelectuales prestigiosos que coinciden con sus tesis: si
perdió la elección, si ni cargo tiene en su partido, si el dinero
quién sabe de dónde lo saca, si ni siquiera se anuncia. Vaya, si sigue
sin entender que todo se arregla con la inversión extranjera.
Y así, sin pudor alguno, se escandalizan de su poder de convocatoria
como si éste fuera un acto de toloache masivo y no una consecuencia
del desencanto y el encono que privan en el país. Ni siquiera se
cuestionan por qué la derecha no ha generado un líder ni remotamente
equiparable.
Y es aquí donde entra el síndrome Marlboro, que no falla: en grupos de
10 a mil personas, la mayoría dirá que en este país es el cigarrillo
de más consumo; todos negarán que los Delicados, Alas y Faros tienen
una mayor venta... es más, ni habrán oído hablar de ellos. Y así es, y
así será. Porque se trata de dos Méxicos tan distintos como dos
planetas de galaxias lejanas. Un México minoritario de ricos, ocupado
de los nuevos modelos de automóviles, frente a un México mayoritario
de pobres preocupado por la supervivencia o, peor aún, un México de
miserables angustiados por las panzas reventadas de parásitos de sus
hijos.
Y es en ese escenario de realidades enfrentadas que se está dando ya
el debate por la propuesta petrolera del gobierno calderonista.
Dos visiones distintas y opuestas de país. Un enfrentamiento de dos
formas de ver la vida. Y tal vez, una posibilidad de encontrar una
tercera opción producto de la inteligencia, la sensatez y el
compromiso con la historia que, por ahora, no se ven en el horizonte.
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