Aristegui: y van por más
En la izquierda teórica suelen aflorar debates que, involuntariamente, tienden a disociar pasado y presente, historia y realidad. Días atrás, en plática de sobremesa con amigos, surgió un agitado intercambio de opiniones con motivo del “despido” de la locutora Carmen Aristegui de la XEW Radio.
El primer dialogante sostenía que el capitalismo español avanza en México y América Latina con menos obstáculos que los encontrados a su paso por Hernán Cortés. “Seremos algo así como la Nueva España, bis”, dijo. El segundo sugirió recordar la historia del imperio al sur del Bravo, y el espíritu del “Destino Manifiesto”.
Luego, la polémica aterrizó en el “hoy por hoy” y nos preguntamos: ¿Carmen Aristegui pertenece a la “izquierda inteligente” o a la “derecha tolerante”? ¿Es de centro, centroizquierda, liberal, centroderecha?
Lo cierto es que miles de indignados y leales radioyentes le agradecieron el coraje de haber conducido con objetividad su programa de noticias. Coincidimos en que en México no es poco y en que Carmen volverá a ocupar muy pronto su nicho en otra emisora del cuadrante.
Sin embargo, “objetividad” no es igual a “independencia”. En un país donde la plutocracia es dueña de todo lo existente y de la casi totalidad de los medios impresos y electrónicos… ¿qué necesidad tiene de censurar o de reprimir a quienes se rehúsan a seguir equis “formato” editorial? Se acaba el contrato y ya.
Y eso, si la fama bendice. De lo contrario, quedan años de litigio ante tribunales enemistados con la justicia, el hostigamiento de los conocidos desconocidos de siempre, de amenazas a la carta o de cabezas que, a este paso, aparecerán en los baños de Sanborns, Vips o el Museo del Papalote.
Salvo excepciones, la mayor parte de los periodistas asesinados en México (de 2000 a la fecha, 35 héroes del gremio) lo fueron a manos del narco, o por mandato de caciques municipales. Pero en las grandes corporaciones mediáticas predominan normas más “civilizadas”: te ajustas al “formato” o te vas. Y Carmen, muy en su derecho, no se ajustó a “formato” alguno.
El comunicólogo Fernando Buen Abad Domínguez asegura que el “mercado” de las noticias compra y vende la nota más “espectacular”, requiriendo para ello tres condiciones ineludibles: 1) que parezca verdad y esconda lo real; 2) que demuestre la impotencia de todos aquellos que no sean fuerza viva del establishment; 3) que genere rating. Carmen desafió los puntos uno y dos, y ganó exponencialmente con el tercero.
Ahora bien: ¿desconocía nuestra heroína el poder de la contraparte, los chupacirios de Televisa y los pulpos superlaicos de la española Prisa? Si de ambos esperaba “tolerancia”, se equivocó. Pero también se equivocaron quienes esperaban algo más que los contenidos y sorprendentes argumentos que Carmen ensayó en la entrevista concedida al semanario Proceso (13/1/08).
Al señalar a los “autores intelectuales” del “despido”, Aristegui nombró al “Consejo Mexicano de Hombres de Negocios” y a “… funcionarios de Comunicación de Los Pinos”. No obstante, se cuidó de criticar a sus verdugos off shore. Por el contrario, les envió un cálido saludo y se preguntó si Prisa “… se atrevería a hacer algo así en los espacios que tiene en España”. ¿Desinformación o comedimiento previsor?
“Si bien es complicado para un profesional mentar la soga en la casa del ahorcado –dijo–, también sé que era fundamental… no negarle a la audiencia la mirada de unos y otros, porque por ahí está cruzando la viabilidad de la vida democrática del país…” ¿De veras? Eso se llama “diferencia generacional”. En mi juventud creía que la democracia se construía con poder popular.
Concedamos que desde el drenaje infecto de Prisa y Televisa, el profesionalismo y la objetividad periodística de Aristegui devinieran en hazaña del periodismo nacional. Pero al igual que ella, la mayor parte de los analistas solidarios con su caso subestimaron la sentencia de Pascal: “la opinión usa la fuerza; pero la fuerza, y no la opinión, es la reina del mundo”.
Cobijados en las leyes que dicta según sus intereses y el “libre mercado”, la plutocracia mexicana se acostumbró a facturar hechos consumados. Aunque… moción de orden: ¿qué haría usted si se llamase Azcárraga Jean o Polanco y viese que ninguna fuerza políticamente seria se le opone en México? Subrayo “fuerza política” y no voluntades políticosociales dispersas.
La reducción del “caso Aristegui” a mero problema de “libertad de expresión”, “formato editorial”, “intolerancia”, “censura” equivale a hacer la vista gorda con el proceso de concentración económica que viene soltando el lastre de los sectores medios, ilusionados aún con los discursos de libertad y democracia pensados a fines del siglo XVIII.
Despejada las dudas en torno a qué “fuerzas de opinión” maniobraron para quitarle el micrófono, bien pudo la sagaz conductora apelar a la solidaridad militante de los millones que a diario la seguían. No lo hizo. Colofón: el periodismo democrático del país ganó otra “victoria moral”, y la llamada “sociedad civil” perdió otra batalla política. Oiga: ¿no estamos hartos de cosechar “victorias morales”?
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